sábado, 8 de octubre de 2011

Rojo-Pasión
Tenía hipo y las manos le transpiraban. Se secó en el uniforme con disimulo,  tomó su vaso de agua y pudo modular convincentemente
-Te digo que no me pasa nada, estoy histérica porque me debe estar por venir  ¡No me tortures más con esas ideas tuyas!
Y como si fuera lo justo, no dio ninguna otra explicación a su marido.
Durmió pero no descansó. Se pasó la noche corriendo entre sueños sobre montañas de hojas secas; el otoño la deprimía. Corrió y corrió pero sin lograr  hacerlo con destreza, y cuando estuvo a punto de impedir que la descubriera, cayó y despertó.  Transpiraba angustia.
Primer día de allanamientos, un único sospechoso, mucha sangre en juego. El hombre de mameluco gris fue encontrado sosteniendo un martillo junto a una pared colorada del interior de su casa. Estaba tapiando un pequeño boquete para luego colocarle papel tapiz encima.
- ¡Alto, policía! ¡Las manos sobre la nunca!
El martillo voló cerca de sus ojos,  pero fue más rápida. Y mientras volvía a enfocar  para apuntar a su objetivo, su gente se abalanzó a reducir a gritos y patadas al viejo herrero hasta que solo fue un feto en el parquet.
Dentro del hueco, un plano aparentaba ser  el vivo relator de una historia de la aún se temía el final: una foto familiar antigua triangulaba una historia retorcida, aún por recorrer; y el valioso tesoro de esa bolsa de arpillera que albergaba el mejor de los recuerdos, la ropa interior salmón.
Segundo día, rastrillaje. Ya no contaba con encontrar un cuerpo desnudo, pero esperaba un cuerpo al menos.  Por orden del fiscal, ella encabezaba la operación. Caminó por unas horas, respirando, levantando los pies y abriendo los ojos. Desplegó sus sentidos al punto máximo de su capacidad. Aire, tierra, cuerpo recibiendo la señal desde el cielo. Se apaga su cerebro, funciona por inercia, camina por montañas de hojas secas. Crujen, y no le agrada. Crujen retorcidamente, amarillas, marrones, tierra y  gusanos. Acelera el paso, intenta correr pero sin lograr hacerlo con destreza. Se le arruga la cara, baja las comisuras de sus labios y el entrecejo. Cierra los ojos y despierta.
Las hojas crujían más fuertes sobre el cuerpo de Isa que era un retazo blanco de piel abrigado apenas por el recuerdo de haber tenido un palpitar. Su sangre seca había enternecido los tallos; pero ahora alimentaba gusanos. Su sangre tiñendo hojas, cielo, pies. Y como si la claridad de las dos de la tarde no fuera suficiente, era pelirroja.
Micaela Notti

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